com En 1615 se publicó en Paris un libro titulado “La terrible historia de dos magos estrangulados por el demonio en París durante Semana Santa”. Lo que había de cierto en las historias que contaba es que en el mes de marzo de 1615 dos hombres llamados César y Ruggieri, conocidos como magos en París, murieron de muerte violenta con tan solo unos días de diferencia el uno del otro. Se presume que los autores de tales asesinatos tenían gran interés en cometerlos, y que quizás fuesen ellos mismos quienes hicieron circular el rumor de haber sido el diablo el autor de los hechos acaecidos a los dos desgraciados. Esta aventura inaudita no necesitó de pruebas para ser creíble por espíritus ignorantes que creían en los efectos de la magia.
El mago César, se decía que podía hacer caer a voluntad el granizo y los truenos, llevaba consigo un espíritu familiar y un perro que llevaba sus letras y que le daba las respuestas; realizó una imagen hecha de cera, para procurar una larga agonía a un gentilhombre que parece le procuraba al mago bastantes problemas; componía filtros para que los que jóvenes muchachos pudiesen enamorar a sus jovencitas; acudía, según él, al sabat, y alardeaba de haber obtenido favores una gran dama de la corte. Sus alardes y promesas mágicas le llevaron a la Bastilla, donde según las creencias de entonces, el diablo llegó con gran ruido para estrangularlo en su propia cama, el 11 de marzo de 1615.
Este César en cuestión se ganaba el sustento haciendo creer a los crédulos que podía mostrarles el diablo. Nuestros lectores se darán cuenta, sin duda alguna, la forma en que este impostor se daba a conocer a las gentes incrédulas, diciendo que podría mostrar el diablo en persona. Tomamos los detalles de Dulaure, quien los sacó de un autor contemporáneo. Dicho autor hace hablar a César, a quien le da el nombre de Perditor: “No se imagina cuantos cortesanos y jóvenes Serapios (Sérapiens, Parisinos) han visto el diablo por el hecho de haberme importunado. Este estado de cosas me llevó al invento más divertido del mundo para ganar dinero; a un cuarto de legua de esta ciudad (yendo a Gentilly, creo), encontré un cantera bastante profunda con grandes hoyos a derecha e izquierda. Cuando alguno viene a ver el diablo, lo llevo adentro; pero antes de entrar tiene que pagarme al menos cuarenta y cinco o cincuenta pistolas (moneda de oro española equivalente a dos escudos); también tiene que jurarme que no contará jamás a nadie lo sucedido; me tiene que prometer que no tendrá miedo alguno; que no invocará a los dioses, semi dioses, ni ninguna palabra santa.
“Después, yo entro en primer lugar en la cueva; y luego hago círculos, monto en cólera, hago invocaciones, y recito algunos discursos compuestos de palabras llenas de brutalidad, y apenas he pronunciado todo eso, el curioso idiota y yo oímos el sonido de cadenas en movimiento. Entonces le pido que no tenga miedo. Si me dice que lo tiene, como hay algunos que no se atreven a dar el paso siguiente, lo saco afuera, y habiéndole dado respuesta a su curiosidad, guardo para mí el dinero que me ha dado.¨
“Si no tiene miedo, voy más allá, pronunciando al mismo tiempo palabras que se lo hagan coger. Y llegados a un lugar que conozco, redoblo mis invocaciones, y grito como si estuviese totalmente enfurecido. Incontinentes, seis hombres que mando traer a la caverna, tiran llamaradas hechas con resina, al frente, a la derecha y a la izquierda del lugar donde estamos. A través de las llamas, muestro a mi curioso un macho cabrío mantenido en grandes cadenas de hierro, pintadas de bermellón, como si fuesen de fuego; a derecha e izquierda, hay dos grandes mastines que llevan en la cabeza numerosos instrumentos hechos de madera, largos de altura, y muy estrechos al final; a medida que esos hombres los pinchan, gritan tanto como pueden, y los gritos retumban de tal manera en la madera que llevan los mastines, que surge un ruido tan terrible en la cueva, que incluso a mi se me ponen los pelos de punta, aunque sepa perfectamente la causa de todo lo que ocurre. El chivo, a quien he vestido convenientemente, también hace de las suyas: mueve las cadenas, mueve los cuernos, y hace tan bien su personaje, que todos piensan que se trata del mismo diablo, sin ponerlo en duda. Mis seis hombres, a quienes he instruido perfectamente, también llevan cadenas rojas y van vestidos como furias (divinidades infernales romanas). A partir de entonces ya no hay mas luz que la que ellos realizan a intervalos con la resina de pez.
“Dos de entre ellos, después de haber tomado el personaje del diablo, se acercan a atormentar a mi curioso miserable con grandes sacos de lona llenos de arena, y le profieren golpes por todas partes, hasta que de mala manera lo saco yo mismo de la cueva, medio muerto. Entonces, cuando ya vuelve un poco en sí, le digo que es una curiosidad peligrosa e inútil la de querer ver el diablo en persona, y le ruego que ceje en tal empeño, y por supuesto puedo asegurar que ninguno de ellos vuelve a pedírmelo nunca más, especialmente tras haber sido golpeados hasta el exceso.”
El otro mago, llamado Ruggieri, florentino de nacimiento, era un abad de Saint Mahé, y tenía la reputación de envenenador. Vivía en la casa de un mariscal de Francia. Cuatro días después de la muerte de César, fué, se dice, asaltado por el diablo, con un escándalo terrible, y estrangulado durante la noche.
Todas estos hechos absurdos fueron recibidos por las cortesanas y los jóvenes burgueses de París como verdades incontestables.
Sacado de :
Chronique du Crime et de l´Innocence
J.-B. J. CHAMPAGNAC
Paris
1833
William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) - El Remordimiento de Orestes.
Las Tres Furias romanas o Erinias griegas