Todas las grandes figuras tienen “azages”, se trata de los intendentes de sus casas; pero el del que hablamos aquí es una de las personalidades más importantes del país; se trata de un verdadero primer ministro; su cargo es, efectivamente, el de las relaciones con el exterior, los asuntos comerciales, la administración de los bienes personales del rey, la superintendencia de aduanas y mercados. También se encarga de la vigilancia de los musulmanes aceptados en el reino del Choa, del gobierno de la villa de Ankober y de las provincias vecinas.
Ankober está construida sobre dos colinas bajas; una de ellas, a la cual se accede por un camino terrible y rápido, presenta la casa del rey o ghebiI , la otra es la que guarda la ciudad; casas pequeñas y circulares, cubiertas de paja, graciosamente escalonadas sobre un flanco de la colina y rodeadas de hayas vivas, de pequeños cercos dispuestos en forma de gradas donde se cultiva cebada cuyo color destaca muy afortunadamente con el fondo verde, dando a este lugar visto desde lejos un aspecto bastante pintoresco; por desgracia, unas calles estrechas, tortuosas, llenas de piedras, donde es muy difícil caminar a pie, y en las cuales un olor nauseabundo proveniente de la aglomeración de habitantes sin higiene alguna hacen que el viaje sea bastante desagradable. La población de Ankober es estacionaria, se trata de obreros del rey así como artesanos cuya posición es la del sedentarismo; sastres, joyeros, tejedores, herreros, tintoreros,
saleros, fabricantes de instrumentos musicales (tambores, cítaras, flautas, etc), antiguos funcionarios, a menudo inválidos, que no pueden seguir al rey en sus expediciones; mercaderes que realizan comercio con la zona costera, y ancianas que viven modestamente en un pequeño terreno propio, al tiempo que mendigan y realizan toda clase de oficios, fabricación de pan, de cerveza, de hidromiel, de araki, de perfumes, etc, etc. A pesar de la miseria, las gentes de este país se muestran alegres y risueños siempre que tengan algo de cerveza aunque sea mala y algunas galletas de cebada con que comer. Realizan cantos gangosos, aplaudiendo con las manos, bailando danzas groseras que traducen su alegría, pero que están lejos de ser alabadas por los Europeos, cuyos oídos se sentirían aturdidos.
Llegamos en plena estación lluviosa que dura cuatro meses consecutivos, por lo cual esperamos a que escampara un poco e ir a Entotto, que es en la actualidad la residencia real. Durante ese tiempo, el doctor Hamon y yo, fuimos invitados por el azage Ouelda-Tadick a pasar unos días en una de sus propiedades en la provincia de Sodé. Esta visita no era desinteresada, ya que el primer ministro de Su Majestad Menelick me rogó que encontrase agua en su país; pareció sorprendido cuando le dije que se tenía que cavar en ciertos lugares que le indiqué y que probablemente se encontraría una capa de infiltración de agua. El pensaba que un europeo, y sobretodo un ingeniero, debía, con una varita mágica, hacer salir el agua de las entrañas de la tierra.
Este es, por desgracia, una de los graves inconvenientes que el viajero encuentra en estos parajes. Los indígenas creen que un europeo es Dios, y que lo sabe hacer todo; no conocen nada de maquinaria ni de útiles , y cuando ven la cantidad de productos fabricados provenientes de nuestras tierras, se imaginan que con nuestras manos simplemente, podemos fabricarlos como se abre y se cierra una cama plegable. Puesto que hablo de este tema, permítame anticiparme un poco y explicarle una anécdota que me sucedió algún tiempo después. El día de mi primera entrevista con el rey, Su Majestad manifestó el placer de contar con un ingeniero, y trayéndome un sable hecho de buen acero de una fábrica europea, me pidió si podría hacerle otros así. Tras mi respuesta afirmativa, me manifestó gran alegría y me dijo que le confeccionase uno y que se lo llevase. Le dije que antes se necesitaba construir hornos, emplear un personal numeroso de obreros a los cuales tendría que formar y que todo ello me tomaría cierto tiempo. “Ah!”, me respondió el rey, “yo creía simplemente que solo había que poner un poco de polvo en el lugar donde se fundía el hierro, para obtener así el producto deseado.! Le mostré que donde nosotros vivimos, es el trabajo y la inteligencia lo que nos ha llevado a grandes progresos y de ninguna manera por medios sobrenaturales; Su Majestad comprendió seguramente, pero todavía no ha convencido a su pueblo, porque lo mismo me ha sucedido en diversas ocasiones tras aventuras parecidas.
Un día me encontraba en la casa de un jefe, que se quejaba con acritud de tener siempre fuego en su morada. “Usted que todo lo sabe, me dijo, deme un medicamento para evitar los incendios. “ Me fuí con un estallido de risa, asegurándole que no conocía tal medicamente; me pareció que estaban verdaderamente contrariado. Según él, yo no quería ayudarle, pues me habría resultado fácil escribirle ciertas soluciones médicas para accidentes de esa clase. Para no desagradar al hombre en cuestión, cogí un papel y escribí un epíteto que mostraba su ignorancia, y se lo entregué. El me lo agradeció sobremanera, envolvió aquel pequeño talismán dentro de un trozo de cuero y lo anudó a su cuello; tuve la modestia de no querer aceptar regalo alguno a cambio de aquella cura maravillosa. Tenemos en estas regiones una reputación muy mala; los habitantes, ciertamente, admiran nuestros productos, nuestras armas, nuestros relojes, etc, pero se explican ellos mismos nuestra superioridad con gran facilidad, diciendo que tenemos el diablo en el cuerpo; en cuanto a mí, a menudo ya me han exorcizado.
Misión al Reino de Choa
et Países Gallas (Africa Oriental)
Por Alfonse AUBRY
Ingeniero civil y de Minas, Antiguo alumno de la Escuela Politécnica
Archivos de las Misiones Científicas y Lieterarias, publicada bajo los auspicios del Ministerio de Instrucción Pública y de Bellas Artes.
Tercera serie. Tomo XIV
Paris
Ernest Leroux, Editeur
1888
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